Ganadora de numerosos premios, entre ellos el gran premio a mejor película europea en Sitges o el Satélite Award a mejor película de habla no inglesa, Dejame entrar es un drama cuyo alma reside en el tono frío pero a la vez tierno de la hisoria más que en su faceta fantástica.
El frío es un personaje más de la película y es el tono elegido para contar la historia de amistad entre un tímido niño humano y una solitaria niña vampiro que necesita a alguien con quien jugar. A la vez que el relato se cuenta desde un punto de vista externo y sin entrar en sensiblerías, la ternura y dulzura que emana de la relación de ambos chavales se hace patente desde el primer momento.
La historia es capaz de darnos momentos de gran tensión, rodados con la maestría de Thomas Alfred, como la secuencia en la que ella ataca a los abusones mientras él permanece bajo el agua, a la vez que vemos cómo las extremidades se sumergen en la piscina, mientras que tenemos grandes dosis de ternura como cuando se comunican con su código morse a traves de la pared para decirse, simplemente, buenas noches.
El título hace referencia a un detalle muy original del guión y es que la niña vampiro no puede entrar en tu casa si no le dejas. ¿Las consecuencias? Por suerte no llegamos a saberlas del todo. Pero también habla de abrirse, ya que abrir tu corazon y tu mundo a la persona adecuada puede ser bueno y, en este caso, ellos se necesitaban el uno al otro.
Lo mejor: Lo inesperado de su tratamiento. El talento de los dos chavales protagonistas.
Lo peor: Que algunos esperasen un título de vampiros convencional y por ello la critiquen.
Dejame entrar es, sin duda, uno de los estrenos del año, una película que pasará desapercibida por su procedencia, y un título totalmente recomendable para los amantes del buen cine de ciencia ficción que tiene claro la sangre y las vísceras son mil veces mejor cuando expresan algo.