29 agosto 2011

Saltando al vacío de la mano de un genio

"Dejad descansar la película una noche en vuestra cabeza. Es todo lo que pido". Son palabras salidas de la boca de Pedro Almodóvar poco antes del pase de prensa de la película nº 18 del más fascinante director y guionista que ha dado el cine español para quien esto escribe. Filias y fobias al margen, La piel que habito supone una huída hacia adelante en la filmografía de un cineasta que, sin renunciar a momentos esporádicos más lúdicos y ligeros, está determinado a abrazar la oscuridad en sus historias. No deja de ser curioso que el cineasta se enfrente al fondo más perturbador e incómodo de su carrera desde la puesta en escena más luminosa y sencilla, una maravillosa dirección de fotografía de José Luis Alcaine (su socio en películas como Volver o Mujeres al borde de un ataque de nervios) que fue reconocida en el último festival de Cannes.

Por segunda vez en su carrera (la primera fue la irregular Carne Trémula), Almodóvar se lanza a adaptar muy libremente un material ajeno. La muy negra Tarántala, del novelista francés Thierry Jonquet, da una serie de ingredientes tan interesantes como potencialmente incómodos (locura, cirugía estética, venganza, sexo y obsesión) que acaban convirtiendo a la película en un thriller con toques de terror psicológico y melodrama made in Almodóvar que no lo tendrá particularmente fácil para convencer ni a los más férreos seguidores del director de Todo sobre mi madre ni a los clásicos detractores que periódica y erroneamente le acusan hacer una y otra vez la misma película. Con La piel que habito queda claro que no es el caso.

En unos tiempos en los que el cine de terror y el thriller no atraviesa precisamente por su mejor momento, Almodóvar ofrece un vuelta de tuerca tan perturbura como contenida, tan elegante como retorcida, tan interesante como compleja. Desde el más ambiguo e irreal (que no inveresímil) de los entornos, La piel que habito presenta una serie de giros rocambolescos, fascinantes y entretenidos que derivan en lo que algunos han denominado el mejor truco final desde El sexto sentido. Estamos ante una película que puede pecar de excesiva, pero a la que jamás se le puede acusar de aburrida..... y también sería divertida si no fuese por ese giro que termina por provocarnos un nudo en el estómago (si no eres de los espectadores que se han salido del relato ante lo extremo e incómodo de la propusta), una de esas revelaciones que se merecen una alerta de spoilers como una casa. Podéis escuchar cuantas opiniones de las películas queráis, pero por favor, que no os la cuenten.

Instrucciones de uso: No dejes que te estropeen los giros argumentales, libérate de prejuicios y vete a un cine a ver el primer experimento con el terror y el thriller psicológico del más internacional y ambicioso de nuestros directores. Hará las delicias de los fans del cine sugerente, atrevido y provocador dispuestos a olvidar algún que otro pecado argumental.
Agradecido y emocionado debe estar Antonio Banderas con su primer trabajo con Almodóvar en más de veinte años: Robert Ledgard, un vengativo y repugante cirujano sin límites que, curiosamente, saca del malagueño la más contenida y carismática de sus interpretaciones en al menos diez años. La frialdad del protagonista de ¡Átame! o La ley del deseo contrasta con la espectacular belleza y poderío de una Elena Anaya que hereda el papel protagonista de una Penélope Cruz que no pudo protagonizar la película por problemas de agenda. Consciente de estar ante una oportunidad única, la musa de Medem está a la altura de la etiqueta chica Almodóvar y compone un personaje icónico, difícil y muy muy sugerente. Sin apoderarse la película pero cumpliendo con su trabajo con nota, están Jan Cornet y Blanca Suárez, jóvenes intérpretes que cubren las expectativas donde otros fracasaron (Liberto Rabal o Rubén Ochandiano siendo los primeros ejemplos que se me vienen a la cabeza). En un papel muy presente aunque un tanto desdibujado Marisa Paredes (inolvidable Huma Rojo o Leo Macías) está a la altura de lo que se espera de ella en su sexta colaboración con el director.


El que no hace ningún favor a la película es Roberto Álamo y, sobre todo, su personaje en uno de esos clásicos excesos almodovarianos que tan para atrás echan a los críticos del cineasta. Ni Álamo hace un buen trabajo (lo que resulta sorprendente después de fascinar y enamorar con su interpretación en el Urtain de Animalario), ni su personaje hace otra cosa que entorpecer y dificultar una trama que es más simple de lo que parece ni se entiende en ningún momento que su personaje sea brasileño. Demasiados ni en un personaje de esos que justifican la frase "lo que no suma, resta". Detalles como ese o la confusión sobre el origen y motivaciones de la venganza de Robert enturbian la estructura de una película diferente y original que se debe consolar con la etiqueta de notable. Que no es poco.

Imperfecta, confusa, excesiva y deliberadamente loca.... Se pueden utilizar numerosos adjetivos para definir La piel que habito y no todos ellos serán positivos, pero si la película y la propia carrera del cineasta se han ganado una calificación es la de imprescindible. Los genios, incluso cuando no nos ofrecen su obra magna (no siempre se puede estar a altura de películas tan brillantes y únicas como Volver, Átame, Hable con ella o tantas otras), merecen ser escuchados, vistos y apreciados. Siempre.

1 comentaron:

Anónimo dijo...

felicidades, excelente reseña.

Rene Verduzco
Mexico

 
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