Esta producción francesa ganó la concha de oro del Festival, completamente merecida.
Es una historia simple, un drama familiar sin pretensiónes, pero de su simpleza nace su belleza y su encanto. Engancha y atrapa de tal forma que, en ciertos momentos del metraje, al espectador se le forma un nudo de tensión en el estómago, y no puede evitar sufrir por el pobre Julien, el niño protagonista, muy bien interpretado por el joven Victor Sévaux.
Un relato que va aumentando la tensión en el espectador a medida que corre la cinta, hasta que explota en una secuencia, sin duda, memorable.
Nathalie Baye (a quien pudimos ver en La flor del mal o Atrápame si puedes), premiada con la concha de plata a mejor actriz por éste mismo título, hace una sobresaliente interpretación de la madre, que por su afán de demostrar amor a su hijo, acaba provocándole más dolor que otra cosa, fomentando en el espectador una reacción amor-odio provocada a la vez por lo fascinante del trabajo de Nathalie y lo excepcional del personaje al que da vida.
La cinta corre a cargo de Martial Fougeron, aún desconocido, hace una dirección impecable, con planos largos y serenos, pero con mucho significado, con una dirección de actores tan perfecta que hasta el papel más nimio resulta relevante.
Lo mejor: Nathalie Baye.
Lo peor: Que muchos la tildarán de lenta.
La secuencia: El momento en el que la madre se lleva una bofetada, MUY merecida (momento que arrancó un aplauso unánime a las más de 1800 personas a las que da cabida el Kursaal).
***** No hace falta decir más sobre mon fils à moi, sólamente que es un título imprescindible.