Una película sobre la búsqueda, representada de diferentes formas, del amor perdido: ya sea porque un horrible crimen te arrebató el amor de tu vida o porque nunca te has atrevido a decir a la mujer que siempre quisiste palabras tan simples y complicadas al mismo tiempo como "te amo". No estamos, aunque pueda parecerlo por mis comentarios, ante una película ñoña: nada más lejos de la realidad. La cinta no sólo va directa al corazón, sino también al estómago. Sus últimos diez minutos (innecesarios flashazos explicativos aparte) son tan devastadores como hermosos. La solución al enigma, que hemos tenido tan cerca y tan lejos al mismo tiempo, es sensacional, el mejor ejemplo del final perfecto que hablan autores como McKee o el guionista William Goldman: lógico y soprendente al mismo tiempo. Son los efectos que consigue la película que merece ganar este año el Oscar a la mejor película extranjera (cómo se lo den a la pedante y sobrevalorada The white ribbon de Haneke, me doy de baja como Oscarófilo).
En dos horas de metraje nos encontramos con un grupo de fantásticos actores (todos perfectos, aunque yo me quedo con el espectacular trabajo de los secundarios), gags memorables y escenas que se recordarán como lo mejor del 2009 (sin concretar spoilers: el espectacular plano secuencia en el estadio de fútbol, el encuentro en la estación de tren o el interrogatorio).
Lo más sorpendente es como, si te fijas en la historia, estamos ante un relato de lo más convencional, sin grandes estridencias ni increibles puntos de giro. Lo que ves es lo que hay, ni más ni menos. Ni falta que le hace a la película. El secreto de sus ojos es, para un servidor, probablemente la mejor película del año.