02 septiembre 2008

Dios los cría y ellos se juntan: Vías Cruzadas

Se abre el telón y aparecen un joven (inadaptado), un personaje peculiar (un enano) y una mujer (con trauma a cuestas) intentando ser una familia feliz. Se cierra el telón, ¿qué tenemos ante nuestros ojos?. El espectador medianamente avispado no tardará en reconocer lo obvio: esto es una película indie. A pesar de que este cine me guste, lo cortés no quita lo valiente. Mientras ves estas películas, independientemente de que guste o no la obra en cuestión, te das cuenta de que siempre estamos viendo la misma historia contada de un modo diferente. No importa si ésta se llama Pequeña Miss Sunshine, Lost in Translation o, como en esta ocasión, Vías cruzadas, ya que la aceptación social y la interacción entre personajes que a priori son unos perdedores que no tienen nada que ver entre sí, son el pan de cada día un cada vez más homogéneo cine indie norteamericano.

Si las vías cruzadas del debutante Thomas McCarthy se erigen como una de las propuestas cinematográficas más curiosas e interesantes de su año, es gracias al retrato de personajes de su excelente y honesto guión, que presenta, sin prisas pero sin pausas y afortunadamente sin las estridencias que suelen lastrar películas como la insoportable Extrañas coincidencias. Y es que McCarthy respeta la delgada línea que separa a los personajes diferentes / extrovertidos de los que son exagerada y deliberadamente “freaks” (en el peor sentido de la palabra). No en vano, es inevitable encariñarte con el simpático-a-pesar-de-sí-mismo vendedor de helados, o especialmente, con Olivia (la sensacional Patricia Clarkson, musa del nuevo cine independiente), esa mujer que te conquista ya sea casi atropellando por dos veces al pobre protagonista o cuando es incapaz de superar el dolor por la muerte de su hijo. Otro tema es Finn, su –en principio - inaccesible y arisco protagonista al que finalmente acabamos queriendo porque, en realidad, a través de sus propios traumas no hace más que hablar de las angustias y los temores que todos tenemos.



Es indudable que Robert Redford y su festival de Sundance han ayudado muchísimo a que el cine independiente salga a la luz y a que las distribuidoras y, por tanto, los espectadores se interesen en él. Las carreras de directores como Soderbergh, Todd Haynes, Richard Linklater o Tarantino podrían haber sido muy diferentes de lo que son hoy día de no haber pasado por el Festival. Sin embargo, el éxito del propio festival han acabado por lastrarlo. Lo que antes era para un público más reducido, ahora se intenta masificar con la presencia de estrellas de cine y con argumentos y ritmos más “digeribles” que casi consiguen cargarse su esencia.

Pese a su ligeramente manida premisa inicial, McCarthy opta por seguir su propio camino, con su ritmo y sus particulares personajes. Por mucho que a algunos les moleste, yo me quedo con ese final en el que, como en la propia vida, los conflictos quedan sin una aparente y satisfactoria conclusión, a pesar de que la llegada del pequeño protagonista de la historia a ese pueblo en mitad de la nada haya cambiado de un modo casi imperceptible la vida de todos ellos.

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